A veces echo un vistazo a la casa y me deprimo. Son tantas cosas que nos quedan pendientes por hacer, pero nunca encontramos tiempo para ponernos con ello. Entre el trabajo, los niños y dormir un poco apenas queda tiempo para zapear 10 minutos en la televisión, como para ponerme a hacer trabajos de bricolaje. Por eso agradezco que, de vez en cuando, venga la familia de visita. Los padres de mi mujer vienen de vez en cuando a la ciudad y se quedan con nosotros unos días. Y mi suegro es un experto en tareas del hogar y bricolaje.

Lo último que tenía pendiente y que no podía esperar más era el tema de los estores. Mi mujer había decidido que tocaba cambiar los estores de las habitaciones y había comprado del tipo estor noche y dia. Yo logré colocar los de nuestra habitación un día que tuve un hueco, pero no hubo tiempo para más, como se dice en el fútbol. Entonces mi suegro vino como un salvador.

La escena siempre es la misma. Él saca el tema como que nada, que si tenemos alguna cosa pendiente. Yo me hago un poco de rogar, para que no parezca que estoy deseando que llegue solo para ponerlo a trabajar, pero le digo que tenemos esto y lo otro, y entonces él sonríe ligeramente como diciendo: “¿cuánto estabas esperando para decírmelo? Y así fue como esta vez arrancamos nuestras jornadas de bricolaje y tareas de mantenimiento general con el estor noche y día.

Tengo que admitirlo, no solo es que no tenga tiempo, que es cierto, es que tampoco es que sea la persona más hábil del mundo. Hay gente que nace con el don de ponerse a atornillar y otros nacemos para mirar como otros atornillan. Y aunque al principio soy yo el que lleva la voz cantante, él termina tomando el control, y terminamos adoptando el rol con el que nos sentimos cómodos: él como maestro y yo como aprendiz. Y al final, como terminamos rápido con los estores, también hubo tiempo de cambiar algunas bombillas, arreglar algunos pomos y hasta desatascar un desagüe que se nos resistía.